Desarrollo Profesional Docente

 

Por Claudio Montoya,
Sociólogo e investigador área de Estudios y Gestión del Conocimiento de SABERES DOCENTES


 

Durante las últimas décadas, en Chile, el sistema educativo ha experimentado significativas transformaciones. La masificación de la oferta educativa privada, en todos los niveles, fue la fórmula adoptada, por los gobiernos de turno, para enfrentar los procesos de mundialización y globalización que han puesto al ‘conocimiento’ como el motor del desarrollo. A su vez, estas transformaciones han estado acompañadas de una revolución científica y tecnológica que ha impactado en las formas de vida, de comunicación y de organización de los grupos humanos, provocando una dinámica de “cambio permanente” en diversos ámbitos de la vida en sociedad, incluido el ámbito educativo, permeando de manera más significativa a los jóvenes y niños.

El escenario de masificación vía oferta privada, junto con una laxitud en la regulación de esta por parte del Estado, dejando la educación al arbitrio del mercado, generó una serie de problemas en el sistema educativo. Destacando especialmente la baja capacidad de impulsar la calidad en la oferta, tanto en la educación primaria y secundaria, como en la superior; trayendo, incluso, paradójicamente, un deterioro en la formación inicial docente. Simultáneamente, las transformaciones de la sociedad y los jóvenes, lentamente fue obligando a la implementación de políticas públicas que atendieran a las nuevas formas de vida, de comunicación y sobre todo a la diversidad de la sociedad chilena. 

Las transformaciones del sistema educativo chileno y las transformaciones socioculturales que ha vivido el país, junto con movilizaciones históricas del magisterio, instalaron la necesidad de implementar un sistema de desarrollo profesional docente, que resultaba pertinente tanto por la naturaleza de su trabajo, por su función, así como el proceso estratégico que cumplen socialmente. Este sistema busca hacerse cargo de la incorporación al trabajo, al desarrollo de la profesión, a capacitaciones y formación durante el ejercicio de esta, y de las jubilaciones. Poniendo especial énfasis en el reconocimiento de la necesidad de los docentes de estar permanentemente vinculados a procesos formativos, como medios de actualización, profundización y/o especialización.

De esta forma, la educación continua se instala como una piedra angular, pero que precisa de ciertas consideraciones para ser verdaderamente significativa para el quehacer docente, en el marco del cambio permanente, entre ellas: debe comprender procesos formativos contextualizados en los territorios donde los docentes se desempeñan, debe ser capaz de reflexionar en torno a las herramientas comunicativas y las formas en que los docentes pueden interactuar con los educandos, debe facilitar la construcción de comunidad en el trabajo en la escuela. En definitiva, debe avanzar hacia la pertinencia y la implicancia.  

Este escenario no está exento de dificultades. Pues, mientras sigan imperando los principios del mercado en el sistema educativo, la creación de una comunidad educativa que beneficie a estudiantes y profesores resulta improbable. Por el contrario, el sistema propende a la construcción de trayectorias individuales, a través del encasillamiento, invisibilizando nuevamente la centralidad de las culturas escolares, la convivencia y la comunidad. Poniendo así, en segundo plano un elemento que nos parece central en la ecuación: para que las comunidades y sus integrantes tengan aprendizajes significativos, requieren de la construcción de propósitos compartidos

 

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