Reflexiones en medio de una crisis en tránsito

Por Dra.(c) Estela Ayala Villegas, profesional Núcleo Currículum, Didáctica y Evaluación.

Podría declarar, sin temor al equívoco, que el recién pasado 2020 fue un annus horribilis de diccionario, por definición, epítome de las crisis contemporáneas de salud pública, el cual dio la bienvenida a esta segunda década del siglo XXI sin compasión y alterando todo a su paso. La escuela, sus territorios, sus actores y actoras no pudieron escaparse de aquello. La incertidumbre, que tanto nos hablaba Edgar Morin (1999) hace años atrás, emergió con protagónica evidencia, tomada de la mano del miedo, la angustia y, en algunos casos, la parálisis.

¿Para qué escribir, entonces, respecto de una vivencia que nos fue tan común a todos? ¿Para qué aludir a esos deseos infinitos de arrojar el computador por la ventana, gritar hasta la ruptura de las cuerdas vocales y dormir por un mes, sin que nadie nos moleste? Porque, incluso desde la escena más terrible, el contexto CoVid vino a interpelarnos y a desafiarnos.

La caída de la casa Usher

Recuerdo ese cuento de Poe (2015 [1839]) que tiene mucho que ver con la enfermedad, la muerte, el aislamiento y los infructuosos afanes de aferrarse a estructuras corroídas y fantasmagóricas, que luego colapsan por sí mismas y desaparecen en un pantanoso paraje. La analogía con el cuento es que nosotros no fuimos ni somos precisamente el narrador, sino los habitantes de dicha casa. La zona de confort de las rutinas pedagógicas ya cristalizadas o incluso, institucionalizadas fueron puestas en cuestión con el avance pandémico y muchas de éstas se derrumbaron. Lo mismo, las planificaciones estereotipadas y los chistes repetidos año a año. Todo se tuvo que caer de modo abrupto y radical. La necesidad de supervivencia descorrió el velo e hizo visibles horizontes que habíamos ignorado, invisibilizado o despreciado. Y fue entonces que recobramos la humanidad, pues en la medida que avizoramos horizontes nuevos, ojalá múltiples, jugamos con esa capacidad inventiva de crear mundos, supuestos e hipótesis (para los más científicos). Se es humano, se es actor y actora, cuando -en el afán por transformar nuestra escena- vemos el abanico de posibilidades en nuestras múltiples dimensiones y saberes. Es lo que Hugo Zemelman denominó la epistemología del presente potencial (Zemelman en Ayala, 2019, passim). Quizás esto fue el más grande aprendizaje profesional y personal que experimentamos. El mejor ejemplo de lo anterior es que hubo establecimientos educacionales y docentes que se adelantaron, con visionaria prestancia, al proceso de priorización curricular, y la mayoría tuvo que inventar modos atractivos de asumir la educación virtual. Si colocamos en una balanza estos aportes, la lista resulta bastante estimulante, muy positiva, pese a todo lo demás.

¿Qué aprendimos? (y luego, por dónde seguir)

  • Que tenemos que contemplar los imponderables; que debemos pensar la enseñanza y los aprendizajes previendo los imprevistos. Por lo tanto, para nuestra agenda 2021 y todos los restantes años de vida docente, jamás volveremos a olvidar la importancia de incluir un plan estratégico, que permita cierto sostén para enfrentar las contingencias y coyunturas contextuales. Desde la comunidad toda hasta el microespacio del aula.
  • Que detentamos un gran potencial profesional: jamás pensamos que editaríamos videos y que competiríamos en fama y horas-computador con cada influencer de las redes sociales. La imaginación y la creatividad docente entraron a la pista y, la demanda actual, es a no dejarlas ir. Sólo ruego que no vean aquello como “suerte de principiantes” o la inventiva espontánea frente a una imperiosa necesidad. Es hora de comprender que nuestro repertorio de saberes profesionales también se expresa entre líneas. Durante mucho tiempo se despreciaron esas zonas oscuras y la intuición docente. Atkinson & Claxton (2010) ya nos advertían de la complejidad de las prácticas, de las tomas de decisión y de los conocimientos en juego. “La intuición puede proporcionar un medio holístico de conocer -según parece de naturaleza inconsciente- pero no carente, por lo tanto, de base” (p. 17). La tarea, en consecuencia, para nuestra nueva agenda docente 2021, es a reflexionar sobre nuestra práctica profesional y a sistematizar las experiencias, incluyendo diseños y proyectos, estrategias didácticas, elaboración de materiales, uso de recursos, con nuestras comunidades de aprendizaje docente. Recuperar las redes que logramos reestablecer u originar para circular y difundir nuestro saber distintivo, que también es saber de la escuela.
  • Competencias docentes adaptativas: el trabajo en contexto de coyunturas y de crisis puso en evidencia la debilidad del estándar técnico y burocrático. Eso que creíamos fue mera improvisación fue, por cierto, un ejercicio profesional. En efecto, se esgrimió y orquestó, parafraseando a Perrenoud (2004), todas nuestras habilidades, saberes y actitudes, movilizando un sin número recursos. Sacamos conejos de los bolsillos, pensando que sólo allí se anidaban pelusas y telarañas. Por lo tanto, debemos subrayar y valorar que las experiencias docentes generan aprendizajes adaptativos, que suelen estar contextualizados (de otra manera, resulta imposible la adaptación). Nuestra nueva agenda docente deberá contar con un capítulo transversal, para cada mes y cada día, en donde las competencias adaptativas y una didáctica situada tengan un sitial especial.
  • Apertura al diálogo con les otres: pese a la evidente diversidad en las aulas, a veces nuestros chiques se perdían tras un nombre o un avatar de Mandalorian, mascotas durmiendo (preferentemente gatos) o un cantante K-Pop, al desarrollar cada clase virtual. La incomodidad de “hablar” a una pantalla fue recíproco, tanto en docentes como en estudiantes. Sin embargo, la palabra y la conversación ganaron su espacio. Ya no basta la interrogante adultocéntrica para despertar los rostros y las voces. Este aprendizaje nos lleva a apuntar en la agenda 2021 que es importante no olvidar que la pregunta siempre es de ellos, ellas, elles. La capacidad de interrogar al mundo es la principal herramienta para pensarlo, diagnosticarlo y caminar hacia la utopía, fundamento de toda comprensión.
  • Todo es posible y que la educación sin justicia social no vale la pena. Tal como lo señala Paulo Freire (2008), es un imperativo ontológico, existencial e histórico mantenernos en una esperanza activa, orientada hacia el cambio y la transformación societal. Hoy tenemos la esperanza de una escuela mejor, de que nuestros saberes valen y dialogan con los saberes de nuestras comunidades, que les estudiantes nos enseñan nuevas miradas y sabidurías; que no hay docencia sin ética y que la escuela es aún un espacio de lucha y esperanza. Esto, por cierto, rebasa nuestras agendas, pero nos completa la vida.

Referencias

-Atkinson, T. & Claxton, G. (2010). El profesor intuitivo. Barcelona: Octaedro.

-Ayala, E. (2019). Ideas, estrategias y experiencias para la innovación en formación ciudadana. En  A. Ramis & C. Rodríguez, Educación y democracia: Formación Ciudadana para la escuela de hoy (pp. 169-201). San Salvador: INFOD.

-Freire, P. (2008). Pedagogía de la esperanza. Un reencuentro con la pedagogía del oprimido. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

-Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Paris: UNESCO.

-Perrenoud, P. (2004). Diez nuevas competencias para enseñar. Barcelona: Graó.

-Poe, E.A. (2015 [1839]). La caída de la casa Usher. Madrid: Nórdica editores.

 

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