Editorial

Por Gabriela Martini Armengol
Directora SABERES DOCENTES 

No hay cambio sin sueño, como no hay sueño sin esperanza
Paulo Freire

Hace 70 años, 56 países reunidos en la Asamblea General de Naciones Unidas acordaron suscribir la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ello en el contexto de las atrocidades cometidas por el fascismo y nacismo durante la Segunda Guerra Mundial y como un reconocimiento del valor de la dignidad como un atributo inherente a todas las personas sin distinción ni discriminación. Cabe destacar, que fue una mujer, Eleanor Roosevelt, viuda del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, quien presidió el comité encargado de la redacción de la Declaración. Se inicia así el sueño de un cambio esperanzador para la humanidad.

Desde entonces, se han suscrito númerosos tratados, convenios y pactos internacionales que han avanzado en el reconocimiento y consagración de los derechos y las especificidades de diversos colectivos históricamente invisibilizados, discriminados, excluidos y explotados; las mujeres, los migrantes, la infancia, los indígenas, las disidencias sexuales y todxs aquellxs no heteronormados. Dichos instrumentos normativos y jurídicos han sido suscritos por más de cien países que han adaptado sus legislaciones para dar cumplimiento a estos acuerdos.

Sin embargo, como saben, viven y padecen millones de personas, la construcción doctrinaria del derecho, los marcos valóricos y de principios que los inspiran, están lejos, muy lejos de ser reales.  Trump, Bolsonaro, Salvini, Le Pen, Duterte, Abascal, líder de Vox, movimiento de ultra derecha que ha irrumpido estos últimos días en el parlamento andaluz, y también -o peor aún- sus millones de votantes, nos lo recuerdan muy claramente en momentos en los que el neofascismo, la xenofobia, la homofobia y el autoritarismo vuelven a aflorar.

En nuestro contexto nacional, a partir del retorno a la democracia, a principios de los noventa, también en un contexto de sueños de cambios esperanzadores, Chile comenzó a avanzar en la trasformación de sus instrumentos políticos y cuerpos legales en favor del reconocimiento y respeto de los derechos humanos, de la no discriminación, de respeto a la diversidad. Particularmente, en el campo educativo, los últimos años, tras el horizonte de un cambio paradigmático, se ha ido configurado un escenario inédito para la comprensión de la educación como un derecho, la inclusión, el enfoque de derecho, el respeto a la comunidad LGBTIQ+, a partir de la Ley General de Educación, las leyes, políticas y normativas y generadas en torno a la Reforma Educativa, la Política de Convivencia Escolar, el Plan de Formación Ciudadana, el Plan de Igualdad y Equidad de Género y la recién promulgada Ley de Identidad de Género, que junto a numerosos decretos, instructivos y documentos metodológicos ministeriales, pretenden orientar y facilitar la concreción de este nuevo escenario en las escuelas y liceos de nuestro país.

Sin embargo, como saben, viven y padecen miles de estudiantes, profesoras y profesores, asistentes de la educación y madres y padres y directivos, este escenario está lejos de concretarse, y más aún, no existe un consenso social frente al mismo.  Los Informes del Observatorio de Niñez y Adolescencia en Chile, los Informes Anuales del INDH, las denuncias recibidas por la Superintendencia de Educación  y numerosos estudios académicos dan cuenta de que los diversos tipos de discriminación en las escuelas y liceos están presentes en su cotidianidad, que la diversidad sigue siendo entendida como una amenaza y no una riqueza y que la violencia, en sus más amplias manifestaciones, sigue siendo un recurso para resolver los conflictos.

En el marco de nuestras propias experiencias formativas, hemos constatado cómo las comunidades escolares se han visto tensionadas (en buena hora) por los principios promovidos por la política pública educativa; observamos la resistencia al cambio, a la aceptación efectiva del enfoque de derechos, a la comprensión y el ejercicio de la educación como un derecho, a la valoración de la escuela púbica como espacio de inclusión social y de ejercicio de ciudadanía.   

El balance de estos 70 años de la Declaración de los Derechos Humanos, de su influjo en los países, en las sociedades y sus culturas, así como en la cultura escolar, sin duda está lleno de claros y oscuros, de grandes avances, pero también de múltiples retrocesos. Y justamente, por estos retrocesos es que cobra mayor vigencia la propuesta político pedagógica freiriana basada en la fuerza de una esperanza no contemplativa, sino movilizadora y transformadora de las relaciones sociales entre personas y de su entorno político, cultural y educativo. Propuesta que pone al centro también la capacidad de las personas como sujetos sociales e históricos, de reinventar y alterar su condición, sus condiciones y sus condicionantes. Es en este marco en el cual la vigencia de los Derechos Humanos como sueño, como utopía, encuentra plena concreción.

Y por cierto, Arauco tiene una pena. Una tremenda pena. Y nuestro país una enorme fractura.

 

 

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