Pandemia y la insistencia (una vez más) del SIMCE

Por Franco Pinto y Javier Álvarez, profesionales del Núcleo de Currículum, Didáctica y Evaluación.

Los sacerdotes de la evaluación estandarizada y el “esoterismo de la evaluación”, ante el azote de la pandemia, piden nuevos sacrificios a las comunidades educativas.

El SIMCE busca evaluar logros de aprendizajes[1] sobre contenidos y habilidades del currículo mediante exámenes estandarizados de tipo sumativo. Sus resultados expresan el desempeño de los estudiantes a nivel agregado, por establecimiento. La insistencia de la Agencia de la Calidad de la Educación por aplicarlo en medio de la pandemia  por Covid-19 es, a lo menos, cuestionable. Y la razón esgrimida por el ministro Figueroa, sobre elaborar un “diagnóstico de la situación de niños, niñas y jóvenes”, derechamente criticable. Su declaración expresa, paradojalmente, una falta de consideración respecto del remezón que experimentan los procesos de enseñanza y aprendizaje, que es lo que en teoría el SIMCE quiere medir.

Lo cierto es que la desconexión entre evaluación y aprendizaje del SIMCE es sistémica. Lo vivimos el 2019, cuando la  Ministra Cubillos insistió en la aplicación del examen de cuarto básico en medio del estallido social. En esas circunstancias, con comunidades educativas tensionadas y establecimientos emplazados en barrios movilizados era imposible que los exámenes fueran rendidos. En simple, sin las condiciones mínimas para la aplicación del SIMCE sus resultados no son válidos ni confiables. Mucho menos los diagnósticos elaborados a partir de ellos.

La insistencia en su aplicación durante la revuelta y la pandemia sugiere que el SIMCE, mirado como dispositivo, es un sistema de evaluación de aprendizajes y de normalización de estudiantes y establecimientos y su aplicación quiere proyectar condiciones ideales y homologables a la totalidad de las comunidades educativas del país. Lo cierto es que aún en tiempos “normales”, las condiciones materiales y pedagógicas de aplicación son disímiles. En efecto, es de esperar que esas brechas se agudicen con la pandemia al constatar  que muchas comunidades se encuentran en confinamiento, sin acceso a internet, materiales de estudio y  alimentación mínima. Sin que se cautelen condiciones aptas para el aprendizaje, no se pueden elaborar diagnósticos confiables. Más aún, dichos diagnósticos sólo contribuyen a profundizar las brechas de aprendizaje que se quieren diagnosticar.

Afortunadamente las voces críticas cobran cada vez mayor fuerza. La  Mesa Social del COVID-19, propuso postergar el SIMCE hasta fines de 2021. Un grupo amplio de parlamentarios/as y académica/os cuestionó la validez de la aplicación del SIMCE en las actuales circunstancias y los efectos negativos que este tiene sobre la calidad y la equidad. (declaración:https://media.elmostrador.cl/2020/05/Declaracio%CC%81n-por-aplicacio%CC%81n-SIMCE-12-mayo-2020-v3.pdf). Por otro lado, Mario Aguilar, presidente del Colegio de Profesores, señaló que la Agencia de la Calidad de la Educación exhibe un profundo desconocimiento de los procesos pedagógicos en el contexto de la pandemia y que,  al insistir en aplicar el SIMCE,  no arrojará ningún diagnóstico útil sino que responde, en última instancia, a los intereses de empresas asociados a su ejecución (El mostrador, 12 mayo, 2020).

La pandemia por el COVID 19 ha desnudado la maquinaria que está detrás de evaluaciones estandarizadas como el SIMCE. Al mismo tiempo, rompe el velo de lo que podríamos llamar el “esoterismo de la evaluación”; ese corpus de verdades fundamentales sobre los procesos evaluativos que se consagran externos a las prácticas de enseñanza de los docentes. Ante el azote de  la pandemia, los sacerdotes de la evaluación estandarizada piden nuevos sacrificios a las comunidades educativas. Debemos responder con una pedagogía solidaria que por un lado incorpore la contención socioafectiva y por el otro, proponga un programa de evaluación formativa consistente con las complejidades de los procesos de aprendizaje de las actuales circunstancias. A partir de estos principios, pensar en un modelo de enseñanza remota que requiere mucho más que la masificación de plataformas digitales. Dicho lo anterior, lo más sensato es suspender el SIMCE y toda forma de evaluación calificativa en un año marcado por el confinamiento, nuevas formas de educación y la emergencia sanitaria. Caso contrario, su aplicación  a fines de este año no producirá diagnósticos válidos, profundizará las brechas de aprendizaje y únicamente contribuirá a afianzar el agobio docente, la evaluación sumativa y las tensiones dentro de la comunidad educativa.

 

[1] En las asignaturas de Lenguaje y Comunicación, Matemática, Ciencias Naturales, Historia Geografía y Ciencias Sociales, e Inglés para educación básica y media

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