“En las emociones percibidas, el reporte que ellos mismos hacen respecto a cómo se están sintiendo en estas últimas semanas, las emociones que predominan son todas las negativas”.
La decidora frase se dio a conocer a inicios de mayo en el marco del seminario “La salud mental en el contexto de pandemia COVID-19” de la Comisión de Salud del Senado, donde se refirieron a la salud mental de los menores que están con la modalidad online de sus estudios debido a la crisis sanitaria por efectos del Covid-19.
En la oportunidad, se abordaron las políticas y estrategias para la protección de la salud mental de los niños, niñas y adolescentes que se encuentran en este proceso de enseñanza no presencial, lo que sin duda ha generado diversos trastornos en los hogares del país.
En la instancia participaron Ennio Vivaldi, rector de la Universidad de Chile; Josefina Huneuus, psiquiatra y representante del Colegio Médico; Matías Irarrázaval, jefe del Departamento de Salud Mental del Ministerio de Salud; Vania Martínez, psiquiatra y académica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile; Carolina Leitao, alcaldesa de Peñalolén y Alejandra Arratia, directora ejecutiva de la fundación Educación 2020.
En el seminario se presentó información recopilada a través de una encuesta, en la que destacó lo pesimistas que se sienten los estudiantes respecto a lo que están viviendo.
“En el global, lo primero es aburridos, con un 63 por ciento, luego los niños dicen que están ansiosos y estresados como segunda prevalencia, y en tercer lugar molestos, frustrados. También aparece el tema de estar solitario, triste, deprimido o asustado y preocupado”, agregó Arratia.
A nivel mundial y aunque para los científicos y especialistas los niños son la parte de la población que menos se ha visto amenazada directamente por la enfermedad, el coronavirus golpea a este grupo en diferentes formas y la salud mental no es ajena a esta realidad.
El Comité de Derechos del Niño advierte sobre el grave efecto físico, emocional y psicológico de la pandemia COVID-19 en los niños y hace un llamado a los Estados para proteger sus derechos.
“Asegurarse de que el aprendizaje en línea no exacerbe las desigualdades existentes ni reemplace la interacción alumno-maestro. El aprendizaje en línea es una alternativa creativa al aprendizaje en el aula, pero plantea desafíos para los niños que tienen acceso limitado o nulo a la tecnología o Internet o que no cuentan con el apoyo adecuado de los padres. Deben estar disponibles soluciones alternativas para que estos niños se beneficien de la orientación y el apoyo brindado por los maestros”, señala en la declaración publicada en abril de este año.
Los análisis a nivel nacional, generalmente se desarrollan mediante estudios y encuestas desde la perspectiva de los adultos, focalizando la reflexión en fechas estimativas del regreso a clases o múltiples discusiones más bien políticas, omitiendo la forma y el fondo de cómo se está desarrollando este proceso de aprendizaje por parte de los propios estudiantes, con quienes conversamos en el contexto de sus diversas realidades geográficas y socioeconómicas.
Nuestra primera tarea fue conocer el tipo y condición del proceso de enseñanza que están siguiendo los y las estudiantes, y con ello la conectividad y la forma en que desarrollan sus clases virtuales.
Los alumnos del Liceo Agrícola José Abelardo Núñez de Arica, acceden las clases online una o dos veces por semana, siendo de 45 minutos cada una y, aunque valoran la posibilidad, reconocen que no están aprendiendo lo mismo que en el aula.
“Las clases online me parecen muy bien, ya que me reencontré con mis compañeros, aunque no es lo mismo que una sala y el problema es que no todos tienen acceso a las clases virtuales y el internet se cae”, reconoce Jerson Pacco, estudiante de 2º año medio de este establecimiento educacional.
“Me han parecido buenas las clases, porque de las guías que mandan no se entienden muchas cosas”, agrega su compañera Constanza Olivares, a lo que Lilian Arellano complementa: “Gracias a eso sigo estudiando y no me quedo atrás con la materia, aunque no aprendo mucho, porque no es lo mismo que estar en una sala”. “Yo estoy aprendiendo”, asegura por su parte Shirly Lisbeth, del mismo liceo.
Desde Iquique, Alfonsina Sarmiento, del 8º año del Colegio Humberstone de esa ciudad, señala tener hasta 8 clases semanales de 45 minutos cada una, las que califica como “cómodas, ya que no es difícil adaptarse a las mecánicas de la aplicación que se usa, aunque siempre serán mejores las clases presenciales. Los profesores preparan con muy buen material las clases”.
En otro punto del país, Simón Ríos, alumno de 6º básico del Centro Educacional Monseñor Larraín de Curicó, tiene hasta 3 clases virtuales a la semana y señala que “las clases son buenas cuando los profesores saben usar bien la aplicación Zoom, con videos explicativos adicionales y aunque siento que estoy aprendiendo, creo que es un poco menos que en las clases normales”.
Más al centro del país, Camila Moya de 4º medio del Liceo Leonardo Murialdo de Santiago, tiene clases todos los días durante tres horas por jornada y dice que “las clases son buenas porque tenemos buenos profes y yo una buena conexión, aunque no debería existir este sistema, ya que no todos pueden conectarse”.
En tanto, Pascuala Hernández, quien cursa 8° año en el Liceo Carmela Carvajal, reconoce que “solo nos mandan guías y trabajos por classroom y muy pocas veces he logrado conectarme. La verdad no creo estar aprendiendo mucho, solo hago las cosas que tengo que hacer y en ningún momento sentí que aprendí, pero sé algunos datos más que antes”.
Pese a que estos alumnos señalan que con las clases virtuales aprenden en menor medida, existen casos que descartan que estén desarrollando un buen proceso de aprendizaje.
Es el caso de Julieta Alarcón quien cursa 4° básico en el Colegio María Inmaculada de Providencia, y de Camilo Sánchez, de 1° medio del Colegio Juan Gabriel Videla de Ñuñoa. “No hemos aprendido nada”, coinciden.
Por su parte, Josefa Ramos, de 5º año de del Colegio American British de La Florida, con clases de media hora todos los días, señala que son “aburridas y creo que no aprendo mucho, como era antes”.
Situación contraria es la que describe Pablo Ibarra, quien cursa 8º básico en el Colegio Rubén Darío de La Reina: “Durante un tiempo fue difícil adaptarme al formato de clases online, ya que era algo nuevo y muy distinto. Con el tiempo se me hizo rutinario y empecé a acostumbrarme a este método de educación a distancia. De igual manera, he tratado de dar lo mejor de mi para poder seguir aprendiendo y no perderme de nada”.
Caso aparte es el de Elías Moya, alumno de 7° básico del Liceo Abdón Cifuentes de Conchalí: “Nunca he tenido clases online y solo me han mandado links con algunas guías del Ministerio para descargar y resolver”, explica.
Esto demuestra que no todas las escuelas, colegios y liceos cuentan con un sistema reconocido o habilitado de educación a distancia, dejando a merced de guías y apuntes virtuales el proceso de enseñanza.
Más allá de la percepción de los estudiantes sobre si el proceso de aprendizaje se está llevando a cabo como esperan las autoridades, existe un componente que no se puede dejar de considerar.
“El aprendizaje en casa puede constituir en sí mismo una fuente de estrés para las familias y los alumnos, debido a la presión relacionada con el ejercicio de nuevas responsabilidades, en ocasiones con un tiempo y recursos limitados. Muchos niños padecen de ansiedad porque no tienen acceso a Internet o a otros medios necesarios para acceder al aprendizaje a distancia. Los niños de más edad, que deben ocuparse de los más pequeños en sus casas mientras que sus padres u otros docentes trabajan, están preocupados por la posibilidad de perder varios meses de educación. Los padres/docentes que no tienen el mismo nivel de instrucción, que no hablan la lengua principal de enseñanza del país o cuyos niños tienen necesidades educativas específicas, deben hacer frente a mayores dificultades”, señala en una columna Stefania Giannini, Subdirectora General de Educación de la Unesco.
La salud mental durante esta emergencia sanitaria amerita una preocupación especial por parte de los diversos organismos y de toda la comunidad escolar.
“Extraño el patio, ahí jugaba con mis amigos y compañeros. En casa se me hace difícil ajustar los tiempos para hacer las tareas, ya que cuando mandan muchas no me queda tiempo para jugar”, dijo Simón Ríos.
Pascuala Hernández profundiza sobre este fundamental aspecto: “Extraño a mis amigas y la verdad no pensé que diría esto, pero extraño las clases presenciales, aprendía más que ahora y me divertía en todo momento, lo pasaba bien. Ahora también es difícil recibir la información completa y correcta, a veces me entero de cosas a última hora o no sé cómo se hacen y nadie me lo puede explicar, porque nunca hay nada claro”.
Análisis compartido por Pablo Ibarra, quien asegura que “lo que más extraño del colegio es juntarme con mis compañeros, poder hablar sin una pantalla de por medio y vernos las caras, conversar, reírse, todo lo que podíamos hacer en horarios de recreo”.
El discurso es coincidente y la totalidad de los alumnos entrevistados dicen extrañar el contacto con sus compañeros por sobre otros inconvenientes, por lo que el componente social y afectivo que representa la escuela para ellos y ellas, es sin duda algo que las políticas públicas deberían abordar en este contexto.
Asimismo, las medidas del Estado frente a la pandemia del coronavirus deben estar basadas en el enfoque de derechos del niño y no sólo reducidas a medidas sanitarias. La promoción y protección de todos los derechos de la niñez, en este contexto de emergencia, es fundamental y deben estar en concordancia con la Convención sobre los Derechos del Niño.