Rosa Rivera–McCutchen, académica del área de liderazgo de la Facultad de Educación de la University of the City of New York (CUNY Hunter College), ha desarrollado un marco teórico y práctico que redefine la forma en que escuelas y líderes educativos conciben el cuidado y el bienestar. Su enfoque —el cuidado radical— propone una mirada crítica que desafía estructuras de opresión y prácticas pedagógicas arraigadas. En esta conversación, profundiza en los componentes centrales de su propuesta y en los desafíos actuales para quienes conducen comunidades escolares.
Para comenzar, ¿podría explicarnos qué es el “cuidado radical” y cómo se diferencia de otras perspectivas de cuidado, especialmente en el contexto escolar?
El cuidado radical va mucho más allá del acto cotidiano de “cuidar” en las escuelas. No se trata solo de acompañar emocionalmente a un estudiante, sino de entender la manera en que el racismo, el clasismo y otras formas de opresión están incrustadas en los sistemas educativos. Mientras algunas perspectivas de cuidado se quedan en lo superficial, el cuidado radical integra una crítica estructural y apunta a transformar las condiciones que generan desigualdad.
Mencionó cinco componentes del cuidado radical. ¿Podría detallarlos?
El primero es asumir una postura antirracista o anti-opresión, reconociendo cómo se reproducen y sostienen las inequidades. El segundo es la construcción de relaciones auténticas, que consideran la historia y la comunidad del otro. El tercero es la convicción de que todos los estudiantes pueden tener éxito y que los docentes pueden seguir creciendo. El cuarto es el uso estratégico del poder, que puede expresarse mediante acciones visibles o, cuando el contexto es riesgoso, a través de intervenciones discretas que movilizan a las comunidades. El quinto elemento es la esperanza radical, que entiende el cambio como un proceso continuo cuyos resultados pueden no ser inmediatos.
¿Qué impacto ha tenido su investigación en la práctica pedagógica y en la formación de futuros educadores?
Muchos docentes destacan el valor práctico del marco del cuidado radical. El libro ofrece ejemplos concretos tanto del cuidado radical como de lo que llamo “cuidado limitante”. Este contraste ayuda a evaluar prácticas individuales e institucionales, permitiendo reconocer avances y áreas donde aún falta profundizar. Es un marco aspiracional: nadie lo implementa perfectamente todo el tiempo, pero orienta la dirección del trabajo.
En un contexto político complejo, ¿cómo se implementa el cuidado radical cuando puede resultar riesgoso?
Este es uno de los mayores desafíos. En lugares donde el trabajo antirracista o antiopresivo puede costar el empleo, se vuelve necesario actuar de manera subversiva pero fiel a los principios. En Texas, por ejemplo, algunas docentes me comentaron que no podían adquirir mi libro para el equipo. Les sugerí crear un lenguaje alternativo que permitiera sostener las prácticas sin exponerse. Mantener la esencia del trabajo en contextos hostiles requiere creatividad, comunidad y estrategia.
¿Cuáles son los principales desafíos para los líderes educativos hoy?
El tiempo y los recursos son las limitantes más constantes. Existe una tensión entre la urgencia de responder a las necesidades de los estudiantes y la necesidad de tiempo para reflexionar, revisar y construir relaciones. El liderazgo implica crear ese espacio, pero también saber cuándo la falta de tiempo se usa como excusa para no avanzar.
En términos estructurales, ¿cómo influye la diferencia entre el sistema chileno de “profesor jefe” y la enseñanza por asignatura en Estados Unidos en la implementación del cuidado radical?
En EE. UU., especialmente en secundaria, muchos docentes se identifican como profesores de una materia más que como educadores de estudiantes, lo que dificulta vínculos más profundos. El sistema chileno de profesor jefe, en cambio, genera una relación continua y formativa con un grupo curso. Promover la idea de “tutor/a” en Estados Unidos implica un cambio cultural: entender que enseñar no es solo transmitir contenido, sino acompañar trayectorias.
¿Cómo ve la colaboración internacional entre Estados Unidos y Chile para avanzar en prácticas de liderazgo basadas en el cuidado radical?
Hay desafíos comunes: historias de opresión, transformaciones culturales y la llegada de nuevos grupos migrantes. Me interesa especialmente cómo el cuidado radical se expresa en una cultura tan fuerte como la chilena y cómo los líderes pueden evitar exigir asimilación, honrando la identidad de los estudiantes. El diálogo entre países es clave frente a los desafíos políticos presentes y futuros.
Ha mencionado racismo y clasismo como focos del cuidado radical. ¿Cómo se integran las neurodivergencias y las identidades LGBTQ+ en este marco?
El cuidado radical aborda todas las formas de marginación. Comprender quiénes componen la comunidad escolar y cómo operan las opresiones en ese espacio específico es el primer paso. Temas como las identidades de género pueden ser nuevos para muchos, por lo que es necesario acompañar el aprendizaje. Debemos permitir que las personas se equivoquen mientras aprenden, pero también establecer límites claros: no es posible participar en un espacio educativo sin la disposición a aprender y cambiar. Aunque mi libro se centra en el antirracismo, estoy trabajando cada vez más desde un marco anti-opresión más amplio.