Voces Docentes

Por Felipe Jaques, Jefe Unidad Técnico Pedagógica, Centro Educacional Isla de Maipo. 

Entender desde donde nos situamos como docentes resulta fundamental. La práctica de nuestra profesión requiere de tener claridad de los elementos que se interrelacionan en el proceso de enseñanza-aprendizaje, para poder alcanzar las metas propuestas desde el ámbito profesional y por sobre todo, lograr el desarrollo de competencias en nuestros y nuestras estudiantes.

Nuestro establecimiento educacional ofrece la oportunidad para que diferentes jóvenes puedan adquirir habilidades y conocimientos, que deben ser reforzados por actitudes que le permitan desenvolverse en diferentes entornos con desafíos cambiantes. La formación Técnico Profesional nos permite profundizar en experiencias de aprendizaje que otros entornos no pueden hacerlo. El “aprender haciendo” se transforma en uno de los pilares que nos invita a profundizar en experiencias de metodologías que pongan como centro al estudiante en este proceso.

El siglo XXI se abre como un campo de posibilidades amplios que moviliza a profundizar habilidades que preparen a nuestros y nuestras estudiantes para el cambio permanente, en los diferentes ámbitos en los que desarrollen.

La conjunción de los aspectos antes mencionado, obliga a que como docentes nos debamos cuestionar de manera permanente nuestras prácticas en el aula, resaltando la preocupación por los aprendizajes y la manera en la que estos se obtienen. La formación pedagógica resulta trascendental ya que nutre este cambio, en el que el/la profesor/a y los contenidos dejan de ser los protagonistas del proceso, incorporando con mayor énfasis al estudiante. La relación que se establece en el núcleo pedagógico (Elmore, 2010) debe apuntar a un equilibrio considerando la importancia de todos los elementos que interactúan.

Las y los profesores TP tienen por formación las capacidades de profundizar en acciones que invitan a las y los estudiantes a enfrentarse a desafíos y resolver problemas asociados a sus campos de expertiz. La formación pedagógica permite nutrir de sentido dichas prácticas, potenciando las posibilidades de obtener aprendizajes de calidad para nuestros estudiantes, generando consciencia de la manera en la que estos se obtienen y qué hacer en caso de no hacerlo. Adicionalmente, la formación pedagógica (que debiese ser continua. Ya sea local o externa) nos ofrece como oportunidad el compartir las experiencias con toda la comunidad educativa, para poder ir construyendo en conjunto prácticas institucionales que potencien el desarrollo de competencias en nuestros y nuestras jóvenes.

El cambio es complejo. Mirar la práctica pedagógica de forma crítica teniendo como énfasis la mejora, desde el ámbito institucional e individual, es un proceso que resulta más difícil del que uno puede proyectar en el papel. La cantidad de variables que intervienen son amplias y es imposible abarcarlas todas en un primer momento. Plantear cambios en todos los elementos que intervienen en el núcleo pedagógico resulta extremadamente complejo. Uno de los aportes más relevantes que nos ha planteado el curso es comenzar a reflexionar sobre las prioridades de transformación, ayudándonos a focalizar la reflexión y la construcción pedagógica en este periodo. Nos ha permitido vislumbrar las necesidades de formación pedagógica y los elementos con los que contamos para enfrentar estos desafíos.

Lo fundamental es ir avanzando paso a paso, con la claridad y la coherencia como base para poder potenciar las transformaciones necesarias que impacten en el aula y en los aprendizajes de nuestros y nuestras estudiantes, con el cuidado de que estas no se transformen en una amenaza en nuestro cuerpo docente.

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