Editorial






Por Gabriela Martini
Directora SABERES DOCENTES 

 

“Lo que empieza un estudiante…. lo termina todo Chile”*

Cabe nuevamente recordar que el despertar de Chile lo debemos a los estudiantes, particularmente a los estudiantes secundarios y más específicamente a los estudiantes del Instituto Nacional, que a partir de su llamado a la evasión del metro por el alza del pasaje propiciaron el proceso de sublevación popular que hoy vivimos. Los mismos a quienes hoy se les niega el derecho a la educación con el cierre anticipado del año escolar.

Irrumpe nuevamente en el escenario nacional el movimiento estudiantil como motor activador de los procesos sociales y la represión a ese movimiento bajo la doctrina de la seguridad nacional; los estudiantes entendidos como “el enemigo interno” de la nación.

Muchos son los hitos que constituyen el acervo que da cuenta de la continuidad histórica de los/as estudiantes como actores protagónicos del cuestionamiento a los cimientos económicos, sociales y educativos de nuestro país, partiendo tal vez por un hito menos conocido, pero hoy más significativo que nunca: la primera toma del Instituto Nacional  efectuada en 1833 en protesta por los azotes que recibían los estudiantes, es decir, por la violencia institucionalizada en el modelo educativo de aquel entonces. En adelante, han sido decenas de generaciones que según su contexto histórico han removido las conciencias y las estructuras del país.  

Desde el movimiento estudiantil que se suma a las luchas sociales en la década del veinte encabezado por la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, el movimiento de reforma universitaria de la década de los sesenta bajo la consigna de la Universidad para Todos, el movimiento universitario de resistencia cultural a la contrarreforma impulsada por la dictadura en los setenta, el movimiento universitario y secundario de los ochenta contra la municipalización de la educación, por la democratización y el retorno a la democracia, el movimiento por la democratización de las estructuras universitarias en los noventa, el movimiento secundario del 2006 y el movimiento del 2011 que consecutivamente interpelan la bases segregadoras de la educación chilena, hasta el movimiento feminista del 2018 que pone en cuestión las bases patriarcales de la sociedad chilena. Movimientos que han trascendido sus propios intereses sectoriales, porque la razón de su ser es el ser de la nación. De una nación con justicia, con equidad, con pluralidad, sin patriarcado, con menos mercado y más ciudadanía.

Movimientos que han enfrentado sistemáticamente la represión de las fuerzas del Estado. Represión que también se expresa en conformidad con su contexto histórico... hoy materializada en la declaración de guerra del gobierno, en la militarización de la ciudad, en la convocatoria al COSENA, el cierre del año escolar de liceos que justamente iniciaron las movilizaciones. “Se muere la perra y se acaba la leva”, parece ser la consigna.

Sin embargo, hemos visto que no ha sido así. Un elemento distintivo es que las nuevas generaciones han perdido el miedo…ese miedo que en estos días la memoria emotiva ha activado en las generaciones que crecimos y  vivimos con las patrullas militares en las calles, con personas subidas a autos no identificados, con los  helicópteros rondando en  la cabeza, con estados de emergencia y toques de queda, con rostros y cuerpos ensangrentados, con ojos mutilados, con encapuchados infiltrados, con militares entrando desafiantes a La Moneda, cuerpos obligados a desnudarse, menores de edad vulnerados. Balas, gas, fuego. El abuso institucional, el abuso institucionalizado. A ese abuso -y a tantos otros- los/las estudiantes han dicho basta sin miedo y Chile completo tomó esa bandera. O casi completo…

El aprovechamiento del lumpen, hoy reforzado con el narco organizado, dando lugar a saqueos y destrucción de muchos símbolos nacionales; el metro expresión de la modernidad capitalina, supermercados, farmacias, empresas emblemáticas de la colusión cuyos privilegiados dueños observan arder con incomprensión e incredulidad.  Violencia, sin duda alguna condenable, pero que es expresión de una parte de la sociedad, de muchos jóvenes, que no son más que consecuencia del propio modelo, de la exclusión, de la educación de mercado, de la destrucción del sistema público de salud, de previsión, de la marginación social, de la ausencia de organización sindical y vecinal. Violencia que es funcional a la represión. Violencia que es majaderamente difundida por los medios de comunicación, que sin embargo no cuestionan la violencia material y simbólica del modelo económico y social de las últimas cuatro décadas, difusión que sirve a la inviabilización de los cientos de cabildos barriales y de centros estudiantiles, de las masivas manifestaciones pacíficas, de los diálogos ciudadanos, de los actos de solidaridad internacional, iniciativas que, entre otras, expresan que, a decir del historiador Sergio Grez, el proceso constituyente y el proceso destituyente se encuentran en marcha.  

Estamos en momentos decisivos para dar un nuevo sentido compartido a la nación. Sentido que se juega en una nueva constitución que sea garante real de derechos sociales, económicos, laborales, de salud y, por cierto, educativos. Un nuevo cuerpo legal que sea construido participativamente, y que siente las bases para un proceso tal vez aún mayor: un profundo cambio cultural y de nuevas formas de interacción social para que Chile deje atrás la competencia, el individualismo, la segregación social, económica, territorial y de género y que permita materializar el derecho a vivir en paz, con dignidad, con diversidad, con justicia y con más humanidad.

*#ATENTAMENTELOSCHILENOS. Canción dedicada a las familias de los asesinados en los días de protestas de octubre y noviembre de 2019.

 

Compartir:
https://uchile.cl/p150316
Copiar